martes, 21 de abril de 2015

Con sabor a México...

   La cocina es, para muchas mujeres mexicanas, creo, el sitio donde más se entierra la añoranza. Es donde se  convivió con otras generaciones: Las abuelas, las tias, la madre, la hermana y ¿por qué no? Con una misma.
   Y no importa que una sea o no, buena para eso del metate o el comal. La mayoría de mis más tiernos (y no tan tiernos), recuerdos se dieron junto a un fogón. Al punto de que, con sólo oler el humo de la leña, me acuerdo de mi abuela paterna y de todas las veces que la ví haciendo tortilllas a mano, mientras yo me desesperaba por comer un "burrito" (Dígase la tortilla de maíz con un poquito de sal, hecha rollito).
   Bien recuerdo los gritos burlones de las tías y la abuela que decían:
-¡Pa' fuera los hombres, que sólo sirven pa' estorbar!- Aunque creo más bien que lo decían para poder hablar a gusto de sus maridos sin que éstos escucharan.
   La cocina se convierte así, en el templo femenino, donde se hace la magia del amor: en este sitio no sólo se hace el alimento, sino también se curan las almas adoloridas por raspones o desilusiones amorosas y se reparan hasta las tareas escolares destrozadas por el perro más voraz.
   Y he de decir que siempre me he quejado de las telenovelas mexicanas, porque muestran a la familia discutiendo cualquier tema... En la sala. En casa de mi madre, sin importar lo grande de la comitiva, ni lo pequeño del cuarto, las cosas se discutían siempre... en la cocina.
   Igualmente, es la cocina y los ingredientes más típicamente mexicanos, los temas más recurrentes en las páginas del Facebook:
-¿Dónde consigo éste u otro ingrediente? - Se lee contínuamente -¿Con qué nombre encuentro éste otro? - También aparecerá. Aderezado de vez en cuando, con las discusiones si tal o cual restaurant o Catering son buenos o no en sus tacos o tortillas.

   Ángela, una de mis amigas del norte de México, aventó el reto al ruedo: Vamos a hacer tamales en mi casa, yo pongo la hojas de maíz y un kilo de Maseca. 
   Para quien está de este lado del charco, comprenderá que esas hojas  y el kilo de harina de maíz nixtamalizado son como oro molido. Primero porque no es como que los puedas comprar en cualquier tienda y segundo, porque si los encuentras acá, los precios llegan a ser muy elevados (por no decir prohibitivos).
   Y aunque el sitio, así como la excusa para reunirse ya habían sido presentados, hacer que 5 mexicanas, una dominicana y una cubana se pusieran de acuerdo, fue tan fácil como llevar cerro abajo 6 puerquitos con chorrillo (Diarrea) en la canastilla de una bicicleta sin frenos... ¡Tremebundo! Nos tomó algo así como 3 meses concretar la cita, incluyendo 3 días de Facebook, whatsup, mensajes de texto (SMS), llamadas por teléfono de casa y teléfono celular, para al final llegar al día y a la hora.
- Yo llevo harina para tamales y salsa roja- Dijo Ana (yo no sabía que hubiera una diferente a la normal para hacer tortillas, pero bueno ya vi que sí la hay).
-Yo llevo mole- ofreció Inés quien aún le quedaban reservas de cuando llegó de Mexico.
   Poco a poco se fueron reuniendo los ingredientes necesarios para la tamaliza.
-Nos vemos el viernes a las 10.- Leí como último mensaje.
   Ese viernes llegué a las 12 del día (como buena sinaloense, llegué tarde), a una casa cerrada, donde no se veía movimiento y mucho menos se escuchaba a un grupo de mexicanas en la cocina...
-¿Me equivoqué de dirección???- Pensé ante la seriedad del sitio. Tras revisar mi teléfono, si, allí era... A Tocar el timbre.
-Hola, pasa- Beso- ¡A la mexicana!- nos dijimos al unísono y pasé a la casa mientras me quitaba los kilos de abrigos, bufandas, guantes y demás chunches para no congelarse cuando manejo la motoneta.
   Aquí explicaré que hemos hecho tradición entre las mexicanas (Y algunas latinas) a decirnos "A la mexicana" o "A la latina" cuando nos saludamos, para darnos SOLO un beso ( Para entender por qué ir a... ), por lo que avisamos para ahorrar tiempo).
  Alrededor corrían, gritaban y jugaban los polluelas de Angela (3), Ivonne (otras 3), más el hijo putativo de Ángela (el vecino). Ya habían llegado dos de las 7 que prometieron estar, las hojas de maíz ya se estaban remojando en agua caliente...

...porque cuando se compran vienen secas y se vuelve imposible doblarlas.

- Ya pusimos a cocer la carne del pollo- Me avisaron, aunque yo no tuviera mucha vela en el entierro, y aunque ofrecí ayudar, más bien me dijeron que me sentara y tomara una tacita de café.
- ¿Se les ofrece algo?- Dijo ángela, la dueña de la casa- Voy por mis hijos a la escuela.- Queso, tomates... y un par de cosas más.
    Y aunque se le dió una lista de TODO lo necesario,  no evitó que igual tuviera que ir dos veces más a comprar otras cosas que se nos había olvidado  más otra vuelta para  comprar  TODO lo que se necesitaba... Otra vez.
- ¡Es que me tienen envidia de que yo no tengo nalgas grandes, como ustedes! y quieren que haga con tanta caminata- Nos acusó ante tanta vuelta. Y es que la verdad, la mayoría somos de rodada grande en salve sea la parte. Conviertiéndose el cabús, un poblema tan grande, que terminé expulsada de la cocina, ya que no cabíamos y yo nada más estaba deteniéndole la jeta al burro (léase: perdiendo el tiempo). Lo bueno es que la cocina era abierta y desde la sala bien podía seguir en el chisme sin estorbar a las trabajadoras.

   Ana e Inés tomaron las riendas de la amasada... pero ¡oh problemas!, la manteca que se compró venía más bien como un pedazo de carne y noen una vasija llena de la pura grasa.

Unos deliciosos chicharroncitos...
  Uno de los problemas de estar de este lado del charco, es que a veces hay que hacer "traducciones" de los alimentos que se acostumbran o usan en el propio país, pero no en todas las ocasiones se puede hacer completamente, por lo que hay que hacer cambios que pueden llegar a ser raros.

-¡Ayyy pues nada más póngalo a calentar, va a soltar la grasa y tendremos, además chicharrones!- vine a darme cuenta que era yo quien había dicho eso. Ante lo cual, me vieron sorprendidas (de que yo supiera algo de cocina). -Me veré inútil, pero mis abuelos tenían un rancho de puercos... - Y aunque no me creyeron mucho, como Ángela, que andaba fuera, no contestaba su teléfono, no les quedó mas que intentarlo.

   Mientras se amasaba, me pusieron a hacer un guacamole, para evitar que una de mis queridas amigas se hiciera daño al cortar los aguacates, por lo que yo dejé mi lugar, desde donde veía como trabajaban las demás.
   Aquí debo explicar que la amiga mencionada (disculpen que mantenga el anonimato, pero si digo su nombre, seguro me estrangula), una vez me invitó a su casa a hacer una carne asada. Cuando llegué a su casa ya traía un bandita en un dedo.
- Es que me corté mientras partía los aguacates para el guacamole- Me expicó al ver que aún con la bandita, seguía saliendo sangre.
   De pronto el cuchillo resbaló y vi como se volvía a cortar.
-¡Ayyyy!- Y a correr a lavarse otra vez. Ahora sangraban ambos dedos. Cuando volteo, veo que ambas cortadas habían sido cortando UN aguacate, por lo que temí, fuera a matarse para cuando tuviera que cortar la cebolla y los tomates.
-¡Quítate!, yo lo hago, que vas a terminar matándote- Y terminé la preparación.
   Entre la trabajada de la masa y la acomodada de las cosas que iban a ser necesarias para la armada, los chicharrones que resultaron de la grasa, se encontraron con una tremenda salsa roja que allí se había hecho.
-Uyyy, ¡como para hacer unos tacos!- Todas las mexicanas lo dijimos al unísono cual canto de guerra tan añorado
-¡Epérense! ¡¡¡Que yo tengo torillas para tacos!!!- Ángela respondió. Y en esos momentos ella se convirtió para todas, en una especie de estatua del Ángel de la Independencia, al que van a visitar los mexicanos tras la ganada de un partido de futbol de la selección nacional. Porque casi nos pusimos a gritar-¡Sí se puede! ¡Sí se puede!-
   Entre saltos, risas y exclamaciones de felicidad, fueron saliendo las tortillas calientes que tardaban más en calentarse y rellenarse, que en ser comidas por las "tamaleras."


   Durante la tamaliza, cada una fuimos explicando a Ivonne, la chica cubana lo que se acostumbra en nuestros ranchos, para luego dar paso a una discusión de tradiciones por zonas de México: Norte, centro y después sur. 
   Comenzamos la armada de los tamales, entre bromas, risas y embarradas. Y así, poco a poco se fue haciendo la magia: las amigas se fueron convirtiendo en las hermanas, las primas y hasta las tías, que se encuentran lejos y que con tanto cariño se recuerdan.
- ¡Ayyy pero que mala eres para embarrar!- Acusaba una a la otra al ver poca masa en las hojas de maíz.
-Pero si ya saben que no cocino, no molesten!- Contestó la suicida del guacamole.

-¡Foto, foto! Porque si no, mi familia NO me va a creer que SÍ cocino- gritó otra por allá.
Ivonne presurosa tomaba una foto por aquí, otra por allá, mientras el trabajo de grupo seguía
-¿Qué? ¿A Tí también te acusan de inservible en eso de la cocina?- Pregunté burlona, aunque la verdad, a mi tampoco me creen que cocine, por lo que a veces debo usar las fotos como prueba de que no soy tan inservible... TAN.


   Ivonne, sólo se reía de nuestras discusiones regionales, para, de vez en cuando decir- No cabe duda que México es un país muy grande.
-¡¡¡Uyyy mujer, no tienes una idea!!!- Entre risas le contestamos, mientras el orgullo crecía en nosotras.
   Luego, María, la acapulqueña (quien tiene más experiencia haciendo tamales acá en Holanda), fue la encarada de acomodar los tamales en las ollas para la cocinada, mientras el resto nos recupeteábamos los bigotes con los tacos de chicharrón  que se terminaron armando tras sacar la manteca.
   Tras la esperada de la cocinada, todas nos deleitamos con el resultado, que aunque parecían muchos, tras la repartición, a todas nos parecieron pocos, por lo que se dijo,  había que repetir (alguno de estos días), la cocinada.
   Allí (ya que la cocinada estaba hecha) fueron apareciendo los maridos y los hijos, para la comida, los cuales terminaron después de varios tamales, relamiéndose los bigotes, como gatos panzones.

    Por unas cuantas horas, cada una estaba de regreso en el adorado terruño, acompañada de la familia y del calor del hogar que tanto se extraña. En esos momentos, las dificultades de ser una extraña en estas tierras, desaparecieron, porque en ese momento, esa cocina ERA nuestro país, era una cocina con sabor a México.

martes, 14 de abril de 2015

Sólo un recuerdo...

Una fría mañana de Enero, cuando el insomnio,  al igual que hoy, hacía de las suyas, salí temprano de la cama y mientras preparaba una taza de café caliente, encendí mi tablet y revisé las novedades del facebook.
  La primera imagen que vi fue la foto de algo que parecía un choque, era de mi hermano, quien bajo el título «año Nuevo», posteó algunas fotos.

     Han de saber que mi hermano tiene la costumbre de poner cosas en su página de internet TODO el tiempo: Cosas culturales, datos interesantes de arte, ciencia, historia y también cosas que son graciosas o irónicas. Por lo que no presté mucha atención a lo que allí estaba, pensé simpemente que era un ejemplo más a favor de la revisión a conductores durante las fiestas de fin de año.
- Una razón más en contra de mucho alcohol, mucho auto y poco cerebro- me dije, antes de beber un sorbo de mi café.
- Ey, ¡que gracioso! -Pensé para mi- la casa se parece a la de mi madre.- Pero la verdad, al tratarse de una de esas casas de fraccionamiento, he de decir que TODAS las casas en Sinaloa se parecen (si no es que son el mismo modelo desde hace unos 30 años).
- Mmmm, la pobre mujer que aparece allí, se parece a mi madre - Sinaloense al fin, debo aceptar que sus rasgos son bastante comunes allá.
   ¿A ustedes también esta historia les va recordando La Caperucita Roja????
-Abuela, que ojos tan randes tienes- Dijo la niña, porque algo no le pareció correcto.
-Es para verte mejor- Contestó el lobo disfrazado de la abuela.
- Pero ¡que orejas tan grandes tienes! - Seguía sorprendida la pequeña, porque seguía encontrando raro  lo que veía, aunque no podía decir exactamente qué era lo que estaba mal.
- Son para escucharte mejor- Respondió el lobo, quien esperaba que Caperucita se acercara más, para poder atacarla...

   Lo que al principio se me hizo hasta gracioso, digo, ¿Quién no, de vez en cuando, ve esas fotos en Facebook y mentalmente sonríe diciendo: "pobre desgraciado/a, qué bueno que no soy yo". Poco a poco los "parecidos" fue encendiendo luces de alerta, hasta que una alarma comenzó a sonar en mi cabeza, gritándome: Oye, esas fotos NO se parecen, sino !SON! De tu madre.
-¡En la madre!- Grité - ¡Es mi madre!

   Ver la cara de mi madre en esas fotos me llevó al mismísimo infierno, que en el mismo instante se congeló y me escupió de regreso. Por poco dejé caer la tablet, así como  el café, de la impresión que tuve y de cierta forma, di gracias al cielo que mi marido no me vio en tal escena, porque seguro que lo habría matado del susto por mi cara y los gritos.

   Fue allí, cuando los diez mil kilómetros se hicieron más que reales para mí. La sensación de impotencia y desamparo fue tan grande que nada me sacaba del shock.
   En ese momento enfrenté el mayor miedo que alguien viviendo en el extranjero puede llegar a  tener: La impotencia de la distancia.
- Llámale! - Pensé. -No, ya es casi media noche allá... - Disculpen, pero en mi casa JAMÁS se llama a una casa después de las 9 de la noche, ni antes de las 9 de la mañana, a menos que haya muertos de por medio y aunque yo estaba impresionada, el accidente había ocurrido hacía casi una semana, por lo que se aplica la regla de, si no hay noticias, son buenas noticias. Así, ganaron más las enseñanzas que mi desesperación.
- Llama a España! - Donde vive mi hermano. - No, el sale muy temprano a trabajar o en caso contrario, necesita descansar...
    Mis manos temblaban y sin darme cuenta, las lágrimas caían imparables... No podía dejar de ver la cara de mi madre en la foto, mientras la cabeza me decía una y otra vez: No puedes hacer nada. Pero, ¿Qué pasa si ocurría lo peor???
   En las fotos se mostraba que los daños fueron mayores para el vecino que para mi madre, porque quizá la providencia (o quién sabe qué fuerza divina), escuchó el grito mental que yo iba a dar, por lo que giró al último segundo la mano de quien estrelló el auto...

   Aunque quiero, no creo poder explicar con palabras la terrible impotencia que sentí. Es tan doloroso darte cuenta que te has convertido en un simple expectador, porque YA NO ESTÁS ALLÍ.
   Claro, cuando te vas de tu país, tratas de crear la mayor cantidad de formas de comunicacón para seguir en contacto, para seguir estando presente, para seguir existiendo allá. Facebook, whatsup, skipe, digo hasta paquetes, postales y cartas a la antigüita... Hasta que te vienes a dar cuenta que tu presencia allá es únicamente virtual, porque el internet se puede siempre que los horarios lo permitan, que las postales son religiosas, porque llegan cuando Dios les da permiso y las cartas? Esas van llegando 5 meses después de que las enviaste (si es que llegan). En serio, mi hermana me dijo hace dos semanas que las tarjetas navideñas recién llegaron, A otro amigo le llegaron la semana pasada, mientras que mi sobrino recibió hace 3 semanas una carta que envié en OCTUBRE. ¡Arriba el servicio postal mexicano!

Siempre escuché de mi madre la frase: sufre más el que se queda que quien se va....   Y hora le puedo decir: no es así. Porque quien se va, no sólo sufre de la separación, sino que puede ir viendo como uno se convierte en una especie de fantasma, en un recuerdo que se va borrando y que aunque grite, nadie escucha. Ambos lados  deben curar las heridas de la separación, me parece.

   Respecto a mi madre, inmediatamente mandé las fotos a mi hermana (que vive en otra ciudad de México), así como un mensaje a mi hermano en España, teniendo una respuesta casi inmediata por parte de mi cuñada, quien me dijo que mi madre estaba, salvo el susto, completamente bien y me explicó los pormenores de lo que había pasado casi una semana atrás. ¿¿¿Una semana atrás???? ¿Y nadie se tomó la molestia de avisarme?
   Allí estaba, me había golpeado la cara y no podía ignorarlo: Se habían olvidado avisarme... Se habían olvidado, simplemente. Que aunque has peleado en contra, te has convertido en sólo un recuerdo.

   Acaso por la terribe dosis de adrenalina que mi cuerpo aún traía encima, gracias a las fotos y la sorpresa, el darme cuenta de que se habían ovidado de avisarme fue aún más doloroso de lo que creí podría ser.
   Años atrás viví el mudarme a un sitio lejano, cuando dejé mi rancho a los 18 años, para ir a estudiar la universidad. Sabía de cómo los amigos que juran su amistad eterna, cual hermanos, ya no están disponibles el día que regresas.
   Que pueden decirte mil veces en el Facebook: -Avísame cuándo vienes, para que salgamos aunque sea a tomarnos una taza de café- Pero aún cuando avisas con meses de anticipación, cual si fueras el mismísimo Papa que regresas... Todos están ocupados y te pueden ver sólo el último fin de semana antes de que te vuelvas a ir... Cuando en esos días lo único que quieres hacer es abrazar a tus padres para que puedas evocar esos momentos cada que te sientas sola en tierras lejanas.

   Lo entiendo, han seguido con sus vidas, porque es natural que así sea. Pero ¿la famillia? Yo quería creer que el olvido no pasaría, esperaba, al menos, que no pasara... Pero pasó.
   Recordé un castigo que se hacía en el antiguo Japón, cando se le daba muerte social a una persona... Los volvían fantasmas vivientes, que en el mejor de los casos abandonaban la aldea, si no es que se mataban ante la soledad. Y aunque se muy bien que no lo hicieron para castigarme, bueno... igual duele.
   Es que estando lejos, uno quiere proteger a su gente, a sus seres queridos, pero no hay nada más irreal y efímero que creer poder hacerlo y además, creer poder seguir presente.

   Al final sólo me quedó aceptarlo, aunque eso no significa que el trago no fuera y siga siendo, el más amargo que he tenido que pasar en los años de vivir (o sobrevivir) en Holanda.