Aunque quisiera decir que mis aventuras con los dentistas holandeses ya fueron superadas, la verdad es que me encuentro lejos de estarlo... O al menos, eso parece.
Razón por la cual me he alejado tanto tiempo del blog. Me disculpo por no haber posteado, pero es que con un dolor de muela, no hay quien pueda escribir, mucho menos redactar coherentemente.
Y antes de que se me acuse de ser de esas personas que hacen tremendo drama cuando se les rompe una uña, he de decir que soy muy al contrario. Hija menor de 4, tuve que pasar mi infancia bajo la misma premisa: Alba es muy pequeña, por lo que debí demostrar que tamaño no era proporcional a mi nivel de aventurera...
Como cuando íbamos al rancho de mis abuelos, localizado en el camino por el cual pasaban con la caña de azúcar recién cortada, rumbo al ingenio azucarero. Muy a pesar de las advertencias y los regaños de mi madre, un tío nos enseñó a sacar cañas de los carros transportadores.
Nos sentábamos muy quietecitos en la cuneta de la carretera, esperando a que pasara el tractor jalando un remolque abierto, dentro, colgaban cañas de unos 2 metros de largo, que iban despacio al pueblo vecino. Nos fascinaba comerlas por lo deliciosamente dulces que son, dulces por haber sido quemadas antes de cortarlas (como se acostumbraba).
Al pasar el tractor y el remolque (a una velocidad no mayor de 10 kilómetros por hora), salía el montón de chamacos a toda velocidad para agarrar un caña cada uno. Ése era el gran botín que cada uno se procuraba... Sin importar que después mi madre nos iba a poner como santos de pueblo por haber robado y comido las benditas cañas.
- No mamá, no comimos cañas... - Decíamos con las caras llenas de tizne hasta las orejas, por las cañas quemadas.
Pero al yo ser muy pequeña, sólo alcanzaba las cańas del fondo del remolque. Cañas aplastadas por cientos de otras cañas, lo que hacía la azaña más que imposible para una nena flaca.
-¡Alba! ¡Suelta la caña!- eran los gritos de mis hermanos, que ahora corrían detrás de un remolque y de una niña agarrada de su caña, cual garrapata flaca.
- Noooo, ¡esta es mí caña!- Digo, soltarla era aceptar que yo era demasiado pequeña (además que entonces, si quería caña, hubiera tenido que rogarle a mis hermanos que me dieran). Nada, ¡esa era mi caña y no la soltaría!
- ¡Que la sueltes!- tremenda arrastrada que me estaban dando por todo el bendito rancho
-Que no!
-Alba te doy una caña para ti solita- gritó mi hermano mayor, ofreciéndome una.
- Ahh bueno, así si- dejé ir la caña y di un par de maromas más, mientras me detenía en un camino que rara vez otro auto transitara.
Así me sentía con mi caña |
Al final, terminaba cubierta de tierra hasta las orejas, pero con mi caña agarrada cual lanza guerrera, con harto orgullo... Orgullo que duraba hasta que mi madre nos castigaba por vagos.
Y bueno, mula hasta la sepultura. Y entre mis muladas está el no tomar analgésicos hasta que REALMENTE sean necesarios. Sin embargo, he tenido que pasar semanas en las que, literalmente, he contado los minutos antes de tomar la siguiente pastilla. Sin embargo, no es de eso de lo que vengo en esta ocasión a contar, sino de lo que representa pasar por situaciones como éstas cuando estás lejos de lo que tu conoces.
"El que no sabe es como el que no ve" siempre me ha dicho mi madre. Y aunque tengas las cosas al alcance de la mano... jamás las encontrarás. Por lo que, saber lo que se debe/puede hacer cuando estás en un verdadero sufrimiento, todo cuando estás en tierra ajena con un lenguaje ajeno, es terrible.
Igualmente, ¿Cómo gritar, cómo quejarte, cómo expresar tu inconformidad, si nadie te entiende y si no estás segura de si las cosas en este nuevo mundo son así?
Cuando comenzó el dolor de la muela del juicio, solita y sin ayuda, llamé al dentista e hice mi cita, todo en holandés. Para mí era un gran momento: La capacidad de ser independiente, de procurar por mi misma...
Pero el
gusto duró hasta que llegué al consultorio, cuando dentista y dos asistentes
trataron de convencerme que yo no había hecho cita, o que la había hecho en el
pueblo de al lado. ¿Luego? Ser regañada porque pregunté por los analgésicos, esperar una semana para poder que el docotor me
dijera: Hay que tomar antibióticos y sacar la muela, ¿Por qué hay que sacarla? Quien sabe, es la
de juicio y debe irse, Sin más explicación. Esperar otra semana para que la
infección pasara e ir a buscar una segunda opinión.... Hay que sacarla, pero
en esta ocasión la decsisión vino acompañado de una explicación (Y la presencia de mi marido, por supuesto). Llamar al hospital (mi marido) para hacer cita: Dos semanas de espera para la cirugía y hasta el momento 3 semanas de inflamación, dolor, no poder abrir bien la boca,
no comer normalmente, etc., etc. Por lo que debo (mi marido) volver a llamar al cirujano para que revise si hay infección y haya que curar (de nuevo).
Y entre
tanto Mambo-Jambo (relajo de citas, medicamentos, doctores y malentendidos del
idioma), comencé a enfrentar mi invalidez en un país que no habla mi idioma: dependes de los demás para poder vivir. Lo que para mí ha sido, junto con la bendita muela, una tortura.
Las citas han sido de menos de 10 minutos, donde no hay nada de
sutileza en revisar tus dientes, si ellos hacen un error, fuiste tú quien no
entendió (aunque hayas repetido 5 veces cada idea para ver si quedó claro), los
doctores te miran con una expresión que combina terror y rechazo porque según
ellos, tu no vas a entender nada, hacen radiografías que no pediste y no
necesitabas... puras linduras.
A lo que surgió, en mi, dos situaciones (por no llamarlas
problemas), primero el querer ser yo quien arregle las cosas, sin depender de la
pareja holandesa (o que maneja mejor el idioma), mientras me preguntaba ¿Es
esto normal?
Tantas han sido las veces que me han dicho "Al país que
fueres haz lo que vieres", que casi termina convirtiéndose un mantra y no
hay más. Pero mi pregunta surgió: ¿Cómo sabes que te están tratando como se
acostumbra? ¿Se trata de seguir lo que te dicen con ojos ciegos sin preguntarte
nada? Más cuando los resultados son, más bien decepcionantes. Y en caso de
mencionárselo a tu pareja... no te entiende (digo, el no ha vivido en tu país,
que ir al dentista es rápido y con trato de apapacho -dígase con
consideraciones, suave y dedicando tiempo-).
Siendo tan independiente desde chiquita (y
mula, ya lo dije), tener que pedirle a mi marido que llame, que pregunte, que
me lleve y me traiga es... desesperante. Es como si de pronto me volviera una
nena de 4 años. Yo sé qué hacer, cómo hacerlo y cuánto dinero va a costar... en
mi país, digo, tengo basta experiencia en dentistas, pero ¿aquí? Ni la menor
idea. En mi país jamás me ha causado el menor problema preguntar al doctor, a
los amigos, conocidos y demás cómo se hacen las cosas, Pero para mi marido
parece que es algo impensable. Nuevamente, trato de aplicar la lógica de mi
vida pasada (México) en un sitio que no funciona igual.
Cuando pedí analgésicos por el horrible
dolor de muela, lo que recibí fue tremendo regaño y la mirada cual si yo fuera una adicta de la calle. ¡Oiga! deje
que le dé una patada entre las piernas y si se queja, lo acusaré de exagerado. No
le va a gustar, ¿verdad? Pues Nada, aunque se tenga un cuchillo clavado a la
mitad de la espalda, te mandan a casa con la receta de un mugriento e inservible paracetamol.
Tener que depender de mi marido,
cuando según yo mi nivel de holandés era muy bueno, realmente dañó mi
autoconfianza, porque ya no estoy segura si se o no. Me he sentido tan sola
porque al escuchar el mantra "Al país que fueres haz lo que vieres", te estás diciendo, callate y
sigue adelante, cuando lo único que quieres es entender y arreglar las cosas.
No
lo niego, por momentos me sentí muy enojada por tener que depender de mi marido, como también a veces me enojaba con él por no entederme cuando tenía que explicar 3 o 4
veces lo que sentía y de como son las cosas en México, un país que llaman "retrazado".Y me enojaba más no poder decirle a los demás lo mal que estaban sus cosas, porque YO debo hacer como el país en el que estoy y porque aunque lo intento, no me entienden.
De parte de mi marido, percibí su
inquietud ante no poder ayudarme, ¿acaso enojado consigo mismo cuando no podía
ayudar? ¿acaso molesto conmigo por ponerlo en una situación incómoda? Mientras ve y escucha como sufro por la bendita muela.
Luego viene que te explique y que entiendas, ya que es como si lo hubieran escrito en chino (bueno, en holandés, que para fines prácticos es la misma) cómo funciona tu seguro médico: ¿cuál es la cantidad máxima de dinero que por año puedes gastar? ¿cuánto pagas de tu propia bolsa? ¿cuánto dinero de los medicamentos debes tu pagar antes de que el seguro comience a pagar? Y como hubo cirugía, cuánto hay que desembolsar tu misma... Hasta el momento, por las citas donde nada se hizo y de nada me sirvió, ya llevo 23 eruros pagados -algo así como 400 pesos mexicanos-. Digo, yo pago SOLO el 20% de 150 euros -dígase unos 2 600 pesos!!!- que el desgraciado dentista me estafó, Por cierto, aún no llega la cuenta de la farmacia, ni la de la cirugía dental... ¡Ayyyyyy cielo santo!
- Tan pronto como vaya a México me voy a arreglar hasta las pestañas! y me voy a traer dos maletas llenas de antibióticos por si las infecciones de muelas!- Es lo único de lo que estoy segura.